Tú-rismo

¿Cuándo pasaste a ser un punto en el mapa? ¿Cuándo, de ser mi mundo (muy a tu pesar) pasaste a ocupar un lugar discreto en el polo? 

Me pregunto si todos estamos destinados a ser puntitos en el mapa de los demás. Banderitas que terminan por amarillearse y caer. Una serie de alfileres que marcan los lugares que visitamos… O que queríamos visitar. Sabes que contigo me habría perdido en la exploración, me habría ido a la expedición sin retorno. Y es precisamente esa disposición absoluta la que hoy me mira con ojos de plato, sorprendida de que te me hayas quedado en los márgenes. ¿Importa? Creo que no, hay más banderas tanto en tu mapa como en el mío, y de todas formas, el río siguió corriendo y el poblado quedó ya muy atrás.


Y sin embargo, recuerdo que en la época en la que tu bandera estaba en la tierra del fuego, alguien me dijo que el paisaje está en los ojos del viajero, no en el lugar. Que lo que veía en ti, en realidad estaba dentro de mí y por tanto podía encontrarlo en muchas otras tierras. Busqué de ojos para dentro. Y encontré lo que estaba en mí, lo que efectivamente llevaba en mi capazo y podía transplantar -casi- en cualquier pampa. Así que me di a la siembra, con una convicción (frágil, es verdad) de que las nuevas plantas acabarían por desterrar tu empecinada raíz. No voy a contarte cómo regué los brotes, a estas altura deberías saberlo. No voy a decirte cómo las capas de barro se fueron superponiendo en mis manos. Una sobre otra, y siempre, al menor movimiento, se abría una grieta y ahí estabas tú, en el centro del mundo.




Hoy estás tan al margen que necesito algo que te recuerde, es necesario el detonante para acordarse de que un día, en el agujero ese grande de este mapa viejo, estabas tú.  

Saudade

Si te pregunto cuál fue exactamente el momento en el que el abejorro de la nostalgia zumbó por primera vez en tu oído, ¿sabrías responder?

¿Cuándo, exactamente, se acercó sigiloso a ti y con su aguijón invisible te inoculó el veneno agridulce?
¿En qué momento de tu vida conociste la parte agria y cuándo la parte dulce de la palabra?

¿Habías aprendido a hablar ya cuando comprendiste que su dulzura estriba en su capacidad de transportarnos a los momentos más bonitos de nuestra vida?

Y si sabías hablar ya, ¿tenías el vocabulario suficiente para entender que “nostalgia” no es lo mismo que “añoranza”? ¿Supiste ver entonces que la añoranza es prosaica en su vestimenta mientras que la nostalgia se envuelve en desesperanza? En una desesperanza etérea donde el sufijo no indica desamparo sino simplemente ausencia. Limpia y serena ausencia de esperanza, tranquilidad. Conocimiento sensato de que aquel momento, aquella persona, el objeto justo de nuestro recuerdo nunca podrá ser porque vive en una burbuja perfecta fuera del tiempo. No volverá a ser y sin embargo siempre es recuperable, de ahí el carácter sublime de la nostalgia. Vehículo instantáneo que nos lleva a espacios casi intangibles… “casi”… Porque ¿no me digas que no has cerrado nunca los ojos y te has dejado llevar por algún olor? No serás tú quien me diga que ha pasado por la vida sin haber volado lejos de pronto con un sonido simple o con una canción. Una chispa repentina, y podemos casi tocar la burbuja.

Dítelo bajito al oído, tan suavemente que puedas escucharlo sólo tú. ¿Cuándo descubriste la nostalgia? ¿Lo sabes?
Esta mañana un hecho cotidiano, insignificante, un abejorro casi invisible bailó durante un segundo frente a mí sobre el cuenco del desayuno. Cerré los ojos y pude ver con claridad. Vi el espacio grande de mi nostalgia acumulada a lo largo de los años. Me sentí feliz y afortunada de poder volver a mi cofre del tesoro y contar mis pertenencias. Vi claramente el momento, hace muchos años ya, en el que encontré la puerta mágica sin querer. Desde entonces mi afición a entrar y otra vez.

Módena

Recuerdo a un amigo que solía ir siempre en bicicleta. Recuerdo su figura aquijotada, sus gafas, su pelo indomable…
sus palabras entrecortadas por el viento diciéndonos «I migliori gnocchi li mangerete a Modena»…
Recuerdo que cuando por fin llegamos no paraba de llover…
El vino era demasiado dulce y los gnocchi eran buenos pero no fueron, ni aún entonces, los mejores de mi vida…
Recuerdo haber visto la plaza cubierta de niebla…
Y la primera vez que escuché a Pavarotti cantando Ridi pagliaccio, también eso lo recuerdo… su cara en la carátula de un LP… muchos años antes de Módena, a muchos kilómetros de ahí… Módena, algunos -o bastantes- años lejos de hoy. Recuerdo exactamente cuándo empecé a entender lo que decía aquella aria y cuándo empecé a comprenderlo.

Recuerdo, y poco importa.